
El signo de agotamiento económico es un hecho y una lástima que tengamos “memos” en vez de “Nemos”, y un capitán aficionado y miope llamado Sánchez, que cree que España se refugia en el Nautilus del siglo XXI de la solidaridad y el buen gobierno a través de los mares infestados de refugiados, corruptos y malhechores.
Al parecer el actual gobierno socialista de España pretende ignorar la fuerza de los vientos de la recesión que amenazan una Eurozona que durante cuatro años consecutivos ha ido creciendo, empezando por observarse conatos de flaqueo, aunque no demasiado visibles todavía para aferrarse a las medidas extremas que se tuvieron que adoptar en el pasado más reciente.
La economía mundial fija como ejemplo de defensa el modelo alemán, el mismo que hoy se emplaza a impedir que su espacio se llene de una inmigración costosa e improductiva, que le impida una sostenibilidad amparada en el principio de la reciprocidad, es decir, quien trabaja tiene más prebendas que el que no lo hace, incluso en las concertaciones fiscales que atañen a la industria en general y en justa proporcionalidad a los asalariados. Lo de convertirse en la “casa de todos” ya ha pasado a ser administrada por “otros” menos populistas, más conservadores y más activistas del costo financiero que supone una dudosa ayuda humanitaria.
Por aquí, en España las cosas van por una línea de flotación equivocada o mal marcada en la nave del “misterio”, que si no dejamos de cargarla con compromisos de asistencia social al por mayor, el barco puede llegar a hundirse, lo que nos hace suponer que algunos responsables de la economía pudieran fabular que nada puede ocurrir mientras sigamos pensando que el país se gobierna desde un submarino propulsado por energía mágica y marina. Y si es así, Mario Draghi debería intervenir, sugiriendo sustituir al capitán “memo” por “Nemo”, al igual que obligar al sumergible a navegar desde el exterior, utilizando su periscopio para acoplar una vela, que es la que todos los miembros de la Unión Europea utilizan como palo para sortear temporales y aguantar con estabilidad el buque, deshaciéndose de las inútiles cargas de profundidad de un gasto estructural inadecuado.
El propio Draghi ha reconocido que el crecimiento en la Eurozona ya puede medirse entre el techo y fondo, lo que impulsaría que los indicadores de EEUU se manifestasen a presumir que el ciclo se muestra irreversible para dar paso a un menor desarrollo de la Unión Europea y una recesión al otro lado del Atlántico, perforándose los planes del BCE, antes de que comiencen a subir los tipos de interés, que se someterían al alza en el primer semestre de 2019.
Si la recesión penetra como un ariete, pese a quien pese en la economía estadounidense, puede que se expanda una enfermedad duradera y contagiosa en la que Europa quedaría afectada, sin descartar las consecuencias de un botiquín de primeros auxilios de la china, que podría en principio controlar la fiebre expansiva, aunque por muy poco tiempo.
En EEUU se produjo en la segunda semana de junio la séptima subida del precio del dinero desde 2015, desmotivando los mercados foráneos y haciendo que el Euro se contrajera, lo que no deja de provocar un temor por comprobar si el BCE va a tener margen de maniobra para subir el tipo de interés antes de la llegada de la próxima recesión económica. Un desastre de imprevistos que el actual gobierno de España entiende que es demasiado prematuro aventurarse para pensar en estudiar los puntos débiles que impedirían los fastos carnavalescos y pirotécnicos, ya que como siempre ha sucedido como solución a la antigua usanza, es la subida de impuestos en proporcionalidad a unos presupuestos en donde la asistencia social y sanitaria prima por defecto, la educación es primordial y como siempre, es el “currito” de siempre, el “aburguesado” y el autónomo el que debe cargar con los desfases que todavía no han llegado, ni vienen a cuento para seguir confeccionando el sudario.
Los bancos serán los primeros en detectar el agobio “transitorio”, las “burbujas” se extenderán para todos los sectores y se convertirán en perdigones, y el paro volverá a taladrar las esperanzas de un colectivo acostumbrado a bailar con la menos guapa cuando el tocadiscos se ponga a todo volumen, pero mientras tanto, y no debería permitirse que los números de las estadísticas se pudieran interpretar con signos restrictivos inclinados a modificar intenciones de progreso económico, observen nuestros lectores el incremento de funcionarios que trae consigo el falso milagro, en épocas de recesión y desconcierto, y sin descifrar sigla política ninguna, la de esos partidos que no son precisamente organizados para jugar al fútbol, sino más bien a los “bolos” o al derribo de “monos” a través del entretenimiento que por no hacer nada, nos traerán los teléfonos móviles, con sus “bulos” y “viejas” promesas de recuperación al instante, que como siempre tardarán más en llegar que el facilitar vivienda, permiso de trabajo y ayuda alimentaria para quienes todavía creen que España es la puerta del paraíso.
Y sí, el gasto imprevisto, el ajuste de las pensiones y el subsidio de un desempleo voraz y enfermizo disparará los ajustes a los que ya deberíamos habernos acostumbrado, acentuados por un incremento en el precio del dinero que hará aumentar el consumo de primera necesidad. La recesión, aunque tarde llegará, sirviéndose infructuosamente de un desequilibrio que no se ha experimentado todavía con el Principio de Pascal.
Oído economistas asesores de partidos políticos en cuanto a la simbología y a la adaptación descriptiva de la anomalía en cuanto aparezca los primeros síntomas de la recesión:
El Principio de Pascal puede comprobarse utilizando una esfera hueca ( los mercados pierden fuelle ), perforando diferentes lugares sin excepción ( sectores o el propio sumergible que dirige el gobierno) y proveyéndola de un émbolo ( el precio del dinero ). Al llenar la esfera con agua ( el interés y el gasto compartido dentro del estrecho submarino ) y ejercer presión mediante el émbolo, se observa que el agua sale por todos los agujeros con la misma velocidad y por tanto con la misma presión, que bien pudiera llamarse “depresión”, agravada probablemente por un precio del crudo más alto, la inestabilidad geopolítica que habrá de atender con paliativos y ese tipo de interés más escurridizo que una rata asustada, que siempre se queda estancada en el tubo de lanzamiento de unos torpedos inservibles de defensa económica, de ese submarino oxidado que España hace navegar a remo y a brazo partido, improvisando siempre el derrotero y sin saber a dónde va a llegar.
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