
Breve reflexión de alguien que dice ser un turista, y que atesora un billete de vuelo de vuelta al otro mundo, en donde prevalecen otro tipo de sonrisas
He bajado a esas “catacumbas” de infiernos escondidos, ocultos y con olores mezclados con azufre, abiertos al cielo raso con techos de hojalata oxidada, que cubren la pobreza más visible e indignante, que no se puede escribir, describir ni deletrear, pues las letras que componen esa palabra y su definición no deberían existir para mayor vergüenza de quienes pueden citarla con la hipocresía de seguir provocándola y no tener la intención de hacerla desaparecer, no de una enciclopedia, sino del mapa de la gente que sigue rezando a un dios para mí, que seguirá siendo un desconocido, que por mucho que lo intente no lo veo por ninguna parte, y mucho menos en este averno de tinieblas que se hunde cada día más en un hoyo de desesperación y un apagado clamor, roto por el eco de un alejado sentido de lo que es el bienestar en algún ignoto lugar.
Me he mezclado entre el espanto húmedo, el seco miedo y el horror real que produce andar con soltura entre los que deambulan sin rumbo fijo a tu lado, y comprobar que otro ser de distinto color puede mantener sus inquisitivas y respetuosas miradas, al pensar que un extraño puede arrebatarles parte.. o nada de su insignificante posesión. Y eso hace daño, tanto a unos como a otros, que hemos decidido ayudar sea como sea, incluso con la oposición de unos matarifes de un abuso sin compasión. Y eso duele más de lo que debería ser admisible en lo que erróneamente llamamos sociedad de consumo, que no es para todos por igual bajo ninguna comparación.
No hago más que preguntarme dónde estoy y me acurruco dócilmente en el pensamiento de lo que podría percibir uno de esos recién nacidos por una casualidad que incita y se gesta en la ignorancia, para admitir la suerte que tengo cuando a la vez no me abstrae de la cabeza una sonrisa sincera y un darme las gracias por 100 miserables pesos que ha emitido un gobierno corrupto y sin conciencia, con los que dos niños descalzos comerán un poco de arroz con poquísimas habichuelas.
Que no me hablen de sacrificios, porque para algunos es el pan invisible de todos los días, y para mí ver eso a cada segundo es el castigo, quizás merecido y que me impide hacer las paces conmigo mismo, y con ese otro mundo que vive en una dimensión muy distinta a la que desde mi albedrío contemplo como un cobarde, por no irrumpir con algo más que unas voces digitales que sé con soltura no sirven para nada.
Y eso duele, y se te clava como un punzón que no sabe llegar hasta el punto más débil, urgando en un dormido corazón, que puede hacer que dejes de pensar si el alma se te rebela y te pide rendir cuentas, preguntándote el porqué no has hecho más que denunciar la nada a nadie.
La verdad, me parte el corazón.. y rabia cuando luego escuchas a los niñatos de occidente lloriquear porque no tienen el último modelo de teléfono..
desde luego algo está muy mal repartido…