
Daniel Ortega, actual Presidente de Nicaragua está cometiendo uno de los peores errores de un gobernante, consentir que el pueblo muera por las mismas ideas que él defendió hace muchos años contra el dictador Anastasio Somoza.
Si la vejación contínua enfrentando a los patriotas que le dieron su confianza para seguir dando ejemplo de honestidad, habría que destinarle al mismo paredón de los insumisos, condenándole al ostracismo más radical, sin pena y perdiendo la gloria que acumuló.
El Presidente de Nicaragua, el incombustible, nepotista, despótico y hoy impopular Daniel Ortega, cada día que transcurre sin resolver la drámatica situación, asume el papel que tenía el dictador Anastasio Somoza, al que le hizo morder el polvo de la refriega popular, haciéndole huir a Paraguay en donde terminó definitivamente con él.
Ahora, y como si se tratase de un “remake”, abomina de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, acusándoles de ser ellos los instigadores del movimiento de insurrección que vive el país, utilizando a la población en su contra con la ayuda de fuerzas vivas y externas financiaciones que siguen pretendiendo derrocarle, aprovechando los templos de las órdenes religiosas para acumular armas y municiones, refugios y atención sanitaria de heridos, lugar en donde recibir instrucciones para influenciar en la masa y provocar una revuelta envuelta por la justificación de una crisis social. De ser así, cuestión que con una mínima parcialidad podría no negarse con rotundidad, no le debe resultar extraño a Ortega que los descontentos utilicen el mismo santo y seña, estrategía y convencimiento de que la lucha se ha convertido en un himno para destituir a quien consciente o insconcientemente no se siente aludido, renunciando a su mandato por derecho malversado en un acto de honestidad, gallardía guerrillera y generosidad, evitando las numerosas muertes que se están produciendo en un país que ya sufrió para desembarazarse de otro dictador.
Las protestas se iniciaron el 18 de abril pasado y han ido generalizándose por unas anómalas reformas a la seguridad social y un sistema piramidal que eleva a las alturas a los funcionarios dejando a las bases en la más absoluta precariedad, considerando la chispa del descontento una advertencia que ha incendiado la paciencia de los nicaragüenses que tras once años bajo el desconsiderado y maniatador de voluntades que ejerció el poder sandinista, ha hecho que se vayan acumulando protestas por abuso y corrupción, que jamás han prosperado hasta hoy para finalmente hacer que otro de los detonantes de la pseudaconspiración se manifieste antes del 31 de marzo 2019, mucho antes de la fecha para la celebración de unas nuevas elecciones.
Han pasado 39 años de la revolución sandinista, y Ortega ha olvidado el sacramento y la postulación de los muchos caídos y torturados que dieron su vida para que no ocurriese lo mismo que hoy se está reproduciendo con el horror que ya vivieron los nicaragüenses en una situación idéntica en el pasado.
Ortega acusa a los sacerdotes de golpistas, con el mismo verbo y discurso que usaba descaradamente Somoza, lo que ha hecho que el Alto Comisionado de Naciones Unidas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, haya finalmente emitido un comunicado de desaprobación por los graves incidentes y violaciones que se están llevando a cabo en Nicaragua, en los que ya alcanzan las estadísticas diarias con demasiados muertos, desaparecidos y lastimados que ya no tendrán ocasión de protestar.
Los “nicas” repudian la indeferencia de quienes utilizan a Sandino con la leyenda de “No me vendo ni me rindo. Yo quiero Patria Libre o Morir”, un testimonio que han dejado de compartir los comparsas de Daniel Ortega y su esposa la vicepresidenta.Y eso es lo que les hace ser más débiles a los seguidores de un ególatra y corrompido, mandatario transformado y ambicioso, cuando han olvidado el significado de lo que representa mantener el orgullo de un ejemplar pensamiento, que ahora se halla cuestionado y en el tejado de las cabezas de quienes no vivieron la lucha fraticida por una causa tan justa como la que se reclama.
Daniel Ortega debe dimitir o el cañón de la democracia al grito de Sandino lo triturará en mil pedazos.
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