
África se contrae y se desliga poco a poco de una humanidad ya admitida como segregada, desgastada, populosa, joven y ajada, viajera y separada por mares y alambradas y por la necesidad que llega a convertirse en una demencia compartida para llegar maltrecha y con aires de revancha, irremediablemente al mismo punto de partida de su fugaz salida, con la diferencia de hacerlo en otros continentes, y en muchos casos por el requisito inapreciable y obligado de conquistar lo que supondrían los milagros soñados, que no fueron bendecidos mucho antes para liberar el precio del hambre, asumiendo así una nueva esclavitud con el mecenazgo del derecho universal de una equidistante acogida, que se cierra a las multitudes que emprenden camino a un punto de bienestar.
Una cuestión que merece estudiarse con medidas urgentes de reinserciones controladas para evitar males mayores ante la masiva entrada de los refugiados de la miseria que no ceja en su empeño de compartir desdichas parasitadas en ellos, y que de no hacerlo podrían elevar sus manos al cielo con un kalashnikov.
Europa, lejos de consolidarse en un proyecto común, se manifiesta abierta a dar albergue y cobijo subvencionado a los que llegan, pero es incapaz de atender sus propias necesidades en un inalcanzable e indefinido estado de bienestar, lo que está creando malestar al aumentarse los impuestos que soportarán todo lo social y un pleno empleo que jamás llegará.
Asia permanece inamovible, secreta, oculta, recibiendo tecnología, investigando las ideas y reclutando operarios para lograr que lo transversal de sus triángulos de producción no se vean afectados, mientras reine la ambición, el gusto por la constante innovación, toda vez que ata los salarios ajustados a un progreso moderado para convertirse en el gran bazar del mundo, impidiendo que otros núcleos de intromisión se marquen con lo que ellos entienden como una desnaturalizada migración, lo que hace que se decanten para que los excedentes sean ayudados para convertirse en distribuidores de sus productos allí donde los cupos les sean favorables para no llamar excesivamente la atención de su presencia.
América nada a contracorriente de un problema mundialmente complicado, y lograr batir el record de las largas distancias para ausentarse del crucero de negociaciones cuando mejor le plazca, siempre portando el chaleco salvavidas, pesado e insumergible de su poderosa legitimidad a gobernar las mareas y los ejes del mal, cerrándoles las puertas y puertos a quienes viviendo o llegando del sur, se manifiestan como transgresores con derechos, aunque siempre serviles y aptos para la domesticación laboral que nunca podrá traspasar el muro de las lamentaciones que ahora se alzará más y más.
Oceanía se ha convertido en un continente de invitaciones y promesas, ambicionado por un entorno de influencias “extranjeras” que buscan el último reducto, quizá la última frontera, para defenderse de la ineficacia que ejercen quienes desean darle la vuelta al mundo sin el astrolabio que fije el rumbo perfecto.
Y el planeta Tierra sigue en queja
En cualquier esfera todos tenemos el mismo problema, compartido en una necia hostilidad por la exigencia extrema de acaparar el abundante, ahora escaso maná, que exigimos de una Gaia vieja y enferma, inhabilitada para conseguir un fármaco idóneo, real o placebo, consensuado por los doctores e investigadores de un supuesto altruista laboratorio, que cacarea mucho sus análisis, y preñan sus compromisos con el freno de las grandes corporaciones, que les sustentan y premian, mientras rapiñan sin límite ni contemplaciones la misma pastilla de menta que refrescará cualquier la protesta.
El globo terráqueo está raro, y los ríos descontrolados de la impaciencia desmedida y la ambición ilimitada, impiden sostener puentes que se mantengan firmes para el cruce de un Rubicón de oro y plata, cobre y coltan, mientras las atalayas se derrumban y los volcanes de la desconfianza disparan sus catapultas de un fuego desconocido, protegiéndose las ciudades con cúpulas agujereadas que no pueden impedir ser sepultadas por las cenizas, por no haber sabido antes combatir el caos de la desproporción en el reparto del oxígeno necesario para seguir viviendo, sin carencias, con respeto, humildad y unos mínimos de dignidad social.
No puede existir vida, útil y generosa, si seguimos tratando el planeta con desprecio, hurtándoles sus pobladores civilizados o indigenas, propinándoles diariamente una paliza de desmoralización, cada vez más fuerte, castigándoles irremediablemente el orgullo y el comezón mental que llega a sus entrañas, mientras les seguimos dando de comer “hierba” en latas rotuladas de caviar.
Si no arreglamos el desajuste natural que hemos provocado arbitrariamente, en beneficio de intereses bastardos y alegremente consumistas en un laberinto sin salida para una población saturada, tampoco nos servirá pretender corregir los devaneos de una conciencia cívica irresponsable que nos está llevando a la perdición sin remisión, al olvido de nuestra responsabilidad como inquiinos del mundo que ahora necesitará alquilar una nueva habitación para no dejar a nadie a la intemperie, haciéndole sangrar su corazón y alimentando su desesperanza, que a través de los siglos se les ha arrebatado expoliándoles las riquezas que nunca supieron, ahora los recién llegados, transformar en los alambiques viejos e inútiles retirados, que tan lejos estaban.
La sostenibilidad del medio ambiente no puede caer en un limbo cromático, cosechando imágenes de etnias olvidadas en parques lejanos, figuras de guerreros indómitos de fotomatón, promovidas en una acción publicitaria para decir que algo se está haciendo, en un encuentro de rechazadas iniciativas por buscar a los protagonistas que defienden la naturaleza en un documental financiado por una multinacional farmacéutica, por una petrolera o una minería, que lo único que desea es justificar su presencia con una lata de refresco en la puerta del cuartel custodiado de su inmensa producción.
No es un juego de la biodiversidad, y sí lo es, debemos anticipar el descarte del comodín que debe aparecer inteligentemente, alzándose con el triunfo, de si no ganar la partida puntual, al menos alargarla para lograr alcanzar el premio de rescatar nuestra voluntad real y decisiva que sirva para preocuparnos cada minuto, cada segundo para que todos compartamos la felicidad que podamos atribuirnos por una necesidad vital, protegida y amparada en unas amplísimas áreas reservadas, para que el planeta mundo descanse integralmente en su propiedad ecológica, de su duro trabajo, muy dispar por su maltrato a todo tiempo y en todo lugar.
Recordando al autor de “el corazón de las tinieblas” (Joseph Conrad) cuando hace mención al río de la vida y de la muerte, si no llegamos a tiempo, únicamente, y después de muchas penurias y lamentos, podemos encontrarnos cada vez más cerca del horror, añadiendo por el inmoviilismo de todos más horror, el horror.. el horror.
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