


El 29 Octubre y a dos días de celebrarse la fiesta popularmente conocida por el “vudú” del Guèdè en el cementerio de Puerto Principe (Haití), se comete otro acto de vileza demasiado habitual ya en el país, tal fue un reciente secuestro en el distrito de Delmas del área metropolitana de la capital, por el que se pidió un rescate de cien mil dólares, del que se consiguen negociar quince mil, para después y sin más continuidad del anónimo contacto, salvo un punto de partida premonitorio y lamentable, hallar la hermana mayor de la víctima tras una penosa búsqueda el cuerpo sin vida y violado de la estudiante de 21 años Evelyne Sincere, en un desolado basurero infecto y maloliente.
El brutal asesinato de la joven es otra envenenada guinda más a añadir en un epílogo del desorden en un país del que quisiera huir hasta el propio diablo, que tras la ola de violencia desencadena por las bandas, muchas rivales e incontroladas armadas hasta los dientes, se permiten alardear con el machete en alto de su presencia altanera en un medio hostil, fallido como país.

La chusma marginal a la que nos referimos que se entrega con vocación inmisericorde, odio y devoción a aumentar el caos que produce la desorganización y el desinterés de una clase política psicótica que cree pactar con su demencial entorno, dedicada a amasar fortunas con el remanente de unas oportunidades de clase “pillaje”, que les permite pingües beneficios en sus negocios por las necesidades de un empobrecido consumo doméstico y el imprescindible considerado como suministros básicos, gracias al estado de desconcierto reinante y al hipnotismo zombi de un dirigente evidentemente incapaz, de contener la cordura y responder con la verdadera Ley y el orden que debería atribuirse como cabeza del Estado haitiano, que todos aplaudirían si se pusiese en práctica una oposición más perseverante por perseguir los chantajes, extorsiones y las amenazas que se reciben a diario por parte de una gleba de insurgentes malhechores. Una reacción que ni está en su calendario ni se la espera en palacio, por parte de un Jovenel Möise derrotado por las múltiples complicaciones que es incapaz de resolver.
Haití está en manos de un presidente inerte, cansado, descentrado y visiblemente fuera de lugar, cuando el horror de la ciudadanía sufre una situación límite, mientras todo se sigue aceptando con una naturalidad pasmosa e increíble, impregnada de una insultante impunidad aplastante, lo que nos haría recordar una especie de síndrome de Estocolmo.
Lo manifestado anteriormente es algo más que el concepto de inseguridad que se vive y se soporta en un clima áspero y desesperado, ya de por si dañado por la aparición del hambre y el desencanto, la falta de trabajo, la crisis sanitaria de una inesperada pandemia, las deterioradas infraestructuras y una desastrosa desactualización de los sistemas productivos, lo que repercute en dudar de todo lo que se debate y se promete, que se aproxima a estar desvestido de esperanza para siempre y fuerzas para luchar con orgullo desde hace más tiempo del que anuncian los analistas como el inicio de un declive.

¿ Para que sirven las tristes noticias y los informes de derechos humanos que terminan en las papeleras de “naciones unidas”, que no obligan a intervenir y corregir desapegos entre la ciudadanía y sus representantes, supuestamente elegidos en urnas trastocadas para evitar tales desmanes ?. Una pregunta que no tiene respuesta.

En un país de 11 millones y pico de haitianos metidos en una especie de erosionada lata de sardinas, a la cuál echar mano y diente descaradamente y con violencia extrema para consumir por la fuerza una o todas las que haya, cuando la escasez apremia y hay que engañar al estómago, apuntar que ese abuso corresponde a las secuencias normales de convivencia anómala surgidos en los entreactos vandálicos de enero a agosto de 2020, en los que han perdido la vida dramáticamente 944 personas, sin contar un número ingente de desapariciones, algunas dentro de las estadísticas de las 140 aproximadamente de las que nadie sabe, más algunas averiguaciones de los que han optado por no denunciar nada y salir pies en polvorosa a la República Dominicana. Otras 357 almas dentro del capítulo de las intimidadas no pudieron hacerlo por persecución y masacre a muerte, y de las que si pudieron zafarse y ponerse a salvo lo hicieron con recursos de sus familiares, quienes ven el otro lado de la línea fronteriza una inversión y oportunidad ejemplar de seguir las huellas llegado el caso.
El suceso de Evelyne Sincere, del que seguro no se encontrarán a los responsables de semejante atrocidad replicada en otras tantas indefensas, el Presidente de Haití y como ya viene siendo habitual en sus discursos de condolencia, dijo y desacertadamente por un error de interpretación manifiesta, que siendo un hecho doloroso e inaceptable, las autoridades policiales y judiciales solo tienen una opción: “poner a los bandidos fuera de peligro”, lo que equivale a entender que los matarifes pueden estar tranquilos, que es como decir “ayer estábamos al borde del abismo.. y hoy hemos dado un paso hacia adelante.


Redactar una nueva constitución como ha manifestado el presidente de un Haití en llamas, no es ni siquiera la metáfora de una nueva dotación de estaciones de bomberos para apagar el incendio que hace arder hasta las brasas. El dirigente tiene tres opciones, rebelarse contra si mismo y quienes le acompañan para desaparecer del espectro político y dar paso a una nueva generación de promesas, todavía por descubrir entre quienes viven el problema sin resignarse a una equívoca forma de existencia, al más puro estilo de salvarse a fuego y sangre y degollar antes, permitiendo que una compañía de acción rápida de fortuna, que las hay a disposición y petición del contratante que pudieran ser comités cívicos conexionados y el tejido empresarial perjudicado, por el que establecer en pago condiciones menos sangrantes que las concesiones hechas en minería a la familia Clinton en un paraje paradisíaco olvidado, se resolvería la cuestión con una intervención profesional digna de todo crédito, que comenzaría sin dilación, constancia y con la protección precisa directa de los afectados y el exterminio de los bichos que no merecen pena alguna, salvo la que otorgue un tribunal competente cuando éstos miserables cobardes y desaprensivos sean capturados por sus matanzas, saqueos y violaciones a hombres, mujeres y niños sin razón alguna.

La última opción es asumir las operaciones tácitas de una gobierno de coalición macerado tras la limpieza y transparencia de las urnas, cuyo resultado serio, cribado y sin un sospechoso historial, que a modo de asociación se formaría con garantías reciprocas, solicitando como primera medida el apoyo de una milicia a reunir por todos los países del área caribeña, dado el abandono y vejación de funciones de una miope comunidad internacional, que ha decidido preocuparse más a conciencia de otro virus menos delictivo y eficaz, que el padecido por el pueblo haitiano salvajemente oprimido, triturado en sus convicciones, mutilado física y económicamente que con una oportunidad podría salir airoso de sus cenizas. Es obvio que tal propuesta entrañaría la participación de una fuerza armada combinada, diestra y dispuesta a salir en defensa de un Haití arruinado, que requerirá una vez recuperado y sin obstáculos, la participación de educadores sociales, entidades humanitarias y una doctrina de recuperación que patentice el lema de una bandera que todavía hace ondear que la unión hace la fuerza.
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