

El horror de la pobreza llega a una juventud inmadura antes de que ésta se sorprenda, mientras que la sociedad más machista que el palo que sostiene la bandera de la República Dominicana sigue viendo con agrado y dentro de una normalidad absoluta que una niña de apenas entre los trece y catorce años se una a un adulto como si de un matrimonio infantil se tratase, que no lo es ni por asomo y mucho menos ni tan siquiera por pisar el primer peldaño que conduce a la puerta de una iglesia, a pesar de ser tan religiosos y tener siempre en los labios el “dios te bendiga hermano”.

No se trata de eliminar el matrimonio infantil para corregir posturas inadecuadas, ya que en realidad no existe ese compromiso de facto y la mayor parte de las veces es verbal en el acoso y derribo de la voluntad de la adolescente, lo que nos indicará que Unicef en su informe tampoco tiene la solución y una mayor amplitud de miras, mientras que nosotros abogamos por la obligatoriedad de adquirir educación primaria y elemental de prevención obligatoria en la escuela, so pena de prisión y trabajos cívicos para los padres responsables que permitan la felonía, incluso básicas las lecciones entre los integrantes de una sexualidad ignorada para evitar tantos nacimientos indeseados y prematuros entre aspirantes a mujeres todavía no formadas y mucho menos informadas, de los inconvenientes de esa práctica que vulnera la confianza y el abuso de hombres que deberían evitar esa sustracción improcedente que postulamos a penalizarla judicialmente por considerarla un uso y abuso de una inocencia robada.

Dicen los estudios oficiosos que de cuatro embarazados en adolescentes tres corresponden a un despose convenido, y disculpen el eufemismo, entre un tipo de pelo en pecho y una niña a la que todavía no le han salido los pezones para amamantar al recién nacido, que seguro aparecerá el neonato sin un pan en el brazo, meses después de los primeros flirteos y encuentros.

El exceso de sensibilidad retenida probablemente por la calidez del clima, hace que dominicanas y haitianas ante una pobreza extrema inminente que ven entre sacudidas laborales de los padres, optan por acercarse y ofrecerse a quienes le retienen la mirada en busca de una felicidad ficticia, lo que hace el apareamiento diste de ser consultado la mayoría de las veces a los progenitores, que ven con suma complacencia como un apéndice de su vida sale discretamente a otro escenario más favorable pues un plato de arroz se ahorra, que incluso suele ser más austero y penoso todavía con el ambiente al que ciegamente van forzadas a familiarizarse.

Y después de un tiempo y por las propias desavenencias de la edad diferenciada, los problemas domésticos y otros derivados por una economía incierta, se añade una falta total de experiencia como madre y ama de casa, que es cuando la menor sufre la incompatibilidad y la indiferencia, casi siempre después de tener su primer vástago en una estadística alarmante que es cuando el varón la abandona y la deja con ruindad a su suerte y a lo mejor otra vez preñada, una actitud que muchas veces coincide con una violencia física de palabra y obra, lo que redundará en un viaje de otra nómada femenina hacía ninguna parte para repetir otra y más veces el infortunio de convivencias sentimentales nefastas con otros hombres o ya en edad cercana a la de ellas, volviendo a pasar en ocasiones repetidas a modo del día de la marmota, por vicisitudes y sin ayudas sociales ni psicológicas, concluyendo en muchos casos que con menos de 20 años ya han parido cuatro hijos, dejando unas secuelas inenarrables que trascienden sin clemencia en las páginas de abortos peligrosos inconfesables que ponen en riesgo su vida, feminicidios, suicidios, drogadicción y desgraciadamente la alternativa de una prostitución obligada por las circunstancias, dado que la existencia de estas niñas en su camino a la madurez no han tenido tiempo de prepararse para una competitividad en un puesto de trabajo que no sea la limpieza, abocándolas a empleos inestables y escasamente retribuidos para hacer frente a un mínimo de supervivencia para si misma y su prole.

Entes especializados abogan por combatir y erradicar una anomalía social que dificulta salir de una pobreza o reducirla en la medida que se pueda, pero para eso debe cambiar la mentalidad y la legislación vigente, ofreciendo un conocimiento claro de que esa torpeza de “matrimonios de conveniencia” tolerada, conduce a una miseria humana cercana al 30%, y una sensación de fracaso en la sociedad civil cultivada, que todavía no ha hecho nada con respecto a las violaciones sexuales entre adultos y menores de edad, que en situaciones apuradas tienen la consigna de dejarse manipular voluntariamente por el hombre para someterlo a presión y conseguir una autonomía más cercana a la esclavitud que a su liberación, mucho menos cuando la familia que se inicia es un teatro sin protagonistas y si como unos meros espectadores que antes de finalizar la función se separan tirando cada uno por donde mejor convenga, ilustrando un panorama desolador cuando la niña-mujer se queda sin recursos ni cobijo y tiene que ingeniarse un intento desesperado para ser nuevamente cortejada, con una descendencia en curso que aunque poco consume se oculta en principio o es presentada como supuestos hermanos, que son atendidos por los abuelos y otras amistades cercanas dentro de unas posibilidades muy precarias.

Y sin efectos paliativos para compensar la observancia que hacemos, las estadísticas nos confirman y revelan que hay más mujeres que hombres en la isla, que las féminas viven más tiempo que ellos y esa podría ser una razón para que el dominicano en estos casos de inverosímil predestino de las menores que rayan la pobreza más absoluta, se conviertan en el macho alfa que se cree con derechos legítimos a decidir el futuro de ellas, cuando ni siquiera el suyo crece con la misma intensidad, tenacidad e inteligencia de sus forzadas compañeras, lo que deja mucho que desear en una cultura extraña y vergonzante que debería reflejar la imperiosa necesidad de modificar la Ley e implementar el estupro en esas partes tan emotivas e inquietantes, que seguro después de leer este artículo harán llorar a más de una mujer europea como la española, que seguro lo ocultará a sus hijas quinceañeras por un pudor manifiesto, rabia contenida de que los dramas sucedan habitual e irremediablemente con una doble moralina, además de un enfado impotente por lo que ocurre en un destino vacacional paradisíaco en pleno siglo XXI, sin que haya mujeres de la política caribeña que no se decidan todavía a intervenir valiente y abiertamente para impedir tamaña desconsideración de casamientos troyanos sin boda oficial y si una trama premeditada, admitida que no deja de ser una farsa consentida que clama la intervención del gobierno en tal estricto sentido que lacera los derechos humanos.

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