

Paseando por el mundo, trabajando en un lugar o simplemente calzándose unas chancletas con bermudas y camiseta para parecerse al turista que nunca se quiso ser, tropezamos con la realidad más diferencial que en alerta pone al “sujeto” allí donde recala, convirtiéndose en parte “filmada” o narrada para su “ancestral” memoria colectiva o personal, y según la ocasión, en escenarios paradisíacos de un país asiático o caribeño, andino o africano, además de otros que figuran como tentadoras ofertas para visitar, y que con copiosa información se hallan en la virtualidad de una pantalla con teclado y artilugio digital que le transportará al mundo de sus sueños, de sus inconfesables pensamientos y deseos mientras cruza el espacio aéreo gracias a un pasaporte del que jamás gozará de impunidad.

Y dentro de ese maremágnum de no sentirse desplazado pero si emplazado, el ya “empalado” sujeto individual, así le vamos a llamar, ávido por dejar su claustrofóbico padecimiento se lanza y penetra cuál conquistador empedernido con casco y “cuquillera” al nuevo mundo que visitará con inusitada curiosidad, topándose con la fiel y cruda realidad que se circunscribe a adentrarse casi sin querer y como un bisoño explorador, posicionándose tal como en una barraca de feria de tiro con ballesta al blanco desconocido se encontrará, dispuesto a ser abatido, por los más desfavorecidos si así se deja, esos que con tantas carencias le echan un pulso a la vida todos los días, sosteniendo la impresión de que el blanco, entiéndase por gringo, europeo o el renovado eslavo, posee el don de ayudar a cambio de que se le reconozca como el más afortunado, el rey mago moderno que se saca de la chistera los “cuartos” para pagar una libra de arroz, un tanque de gas para cocinar, haciendo que el más bendecido y caritativo que él se cree ser, ahora ya se ubica en otro juego, quizás en la rueda de la fortuna, y empiece su periplo como la fuente inagotable de ir abriendo el grifo de su capital o los llamados ahorros, que no entienden los interpelados solicitantes tienen caducidad o se agotan cuando salen alegremente de los bolsillos para ir a parar en lo más natural, a esa necesidad perentoria y real de repartir riqueza, obligándose a hacer una lisonjera llamada o guiño a su propia y olvidada solidaridad. Y no es una excusa, pues sigue el argumento de la razón como el reclamo que justificará su contribución que lo más probable no será medida ni valorada, por carecer el receptor de una de esas 46 partículas de cromosomas en las que están alojadas unas simples gracias que raramente se darán.

Las personas de color muy especialmente y en situaciones de hacinamiento muy comprometido con el signo inequívoco de la perpetuidad, intentan salir de su pobreza como sea, ya sea cometiendo delitos asimilados al bandidaje, a la estafa, o de forma determinante y muy alarmante para ellos mismos, dedicándose a la prostitución directa o encubierta con insatisfacciones muestras de vergüenza, sin importar la condición de si es hembra o varón. No son todos los casos, pues el trabajo no deja de fluir para percibir una miseria, cuando después de doce horas al día de lunes a sábado no llega para dar sustento a la familia, y falta alimento que llevarse a la boca en un rincón de un cuarto oscuro, el mismo lugar en el que dormirán padres, hijos, abuelos si no han sucumbido a la apatía de seguir respirando una brizna de anemia durante su breve existencia, e incluso un invisible espíritu santo, pues el ángel de la guarda ha buscado alojamiento en la habitación de un nube fugada e invisible, dejando aviso permanente para no ser molestado e intervenir en lo que ya no tiene arreglo, que la miseria condensada en el ritmo diario es un premio envenenado para el creyente que se conforma con poco, que ya es demasiado si lo recibe sin aprecio y sin ningún otro precio que pagar.

Y en ese terrible marco de silenciosa e inadmisible desesperación, no dejan de practicar las féminas con responsabilidades maternas o como responsables en su condición de ser todo en uno, el único progenitor por obligación, cuando el orgullo las delata y la mirada felina intenta convertirse en un imán para atraer al seleccionado que en ningún momento ha dejado su curiosidad entre las cuatro paredes de su hotel, al que previamente lo han estudiado de lejos o muy de cerca tal mandan los cánones de la universidad de la calle, llamando su atención.. y será entonces cuando cierran los ojos y se lanzan a suplir una necesidad que apremia, decidiendo probar suerte e ir a la caza y captura de un mecenas, un hombre que acostumbre a beber cerveza, vino en las comidas y licor después, y no tenga que hacerlo con agua para evitar un gasto ahorrativo que le delataría. Y es en ese preciso momento del impacto personal cuando se produce el intercambio, unos por sexo, aventura a experimentar y otros por soledad, se encontrará con una llave que abrirá sus fantasías, pero no habrá de equivocarse, pues no toda mujer tienen la misma etiqueta pegada a su piel, las hay quienes después de una amarga experiencia con un marido que optó por emborracharse y optar por la marihuana como poco, dejando a su suerte y abandono y con la prole a la que nunca harán caso, lo que les aboca a dar ese primer paso y no sin cierto rubor, desligándose de cualquier eventualidad adversas, otorgándose una responsabilidad que bien merece un aplauso general por los muchos casos que se perciben a diario en cualquier parte de un mundo cruel que parece estar de fiesta a todas las horas del día y de la noche en un oscuro bar de no se sabe que tormentosa ciudad.

Lo cierto es que esa actitud de buscar un mirada para iniciar el trámite y el sentido de la complicidad mediante la brevedad de una presentación que incite tarde o temprano a una firma convenida y sin testigos para formalizar un contrato de palabra, se suele dar en la mayoría de los casos, tanto en Tailandia como en Kenía, tanto en Venezuela, Colombia, o en cualquier isla de las Antillas rumiantes y sonoras, sin olvidar porqué nadie se salva de la nítida apariencia en cualquier ciudad occidental con rascacielos o viviendas bajas con techos de hojalata. En todas partes y en una gran mayoría de esos países ultrajados por el hambre y que no se llegan a cubrir las necesidades económicas básicas, la permuta del turista la lleva estampillada en su faz y la exhibirá en cualquier ambiente, cuando la sociedad del capital injusto se delate, sin retraerse a maquillarse y mordiendo el “tíquet” de la oportunidad, dentro de la casualidad al salir de una escuela en la que espera a sus vástagos esa esposa abandonada, a la vuelta de una esquina en la que se sienten presas quienes con maldita gracia deben soportar machistas y ordinarios clientes, que ya es grave y doloroso cuando el asco las hace drogarse para no vomitar, al que hay que añadir el termino de cretinos parias, depredadores y desesperados que con su hedor contaminan a la sociedad de ese lamentable espectáculo, y así contaríamos con un extraordinario elenco de gusanos con voz y voto, catálogo de casos que a buen seguro serían reprobados por un pensamiento cristiano, que tampoco está exento de cuestionar, si como oposición se pretenden justificar los lamentos con un hipotético perdón de no se sabe bien quién, reproducido en una estampa o en un crucifijo de madera desvencijado y sin ya mucho que inspirar al parroquiano.

Baste decir, que en efecto, la ignorancia, la falta de información que ha permitido traer al mundo a imposibles familias numerosas, muchas veces terminan por repartir a los hijos entre los padres y los hermanos mayores, obligatoriedad consumada por la que no ponen impedimento alguno a pactar recogerlos en su seno y bajo su protección a esos novísimos aspirantes a ciudadanos recién salidos del cascaron, con lo que de ir mal las cosas en lo laboral se vuelve a crear otro problema de mayores consecuencias al originario anterior, ya que siguen sumando la descendencia que ha tenido el responsable elegido por cuenta propia para ver aumentado el costo de darles a los demás cobijo y manutención.

Todo es relativo, muchas parejas triunfan y no importa la diferencia de edad, pues determinadas culturas son más progresistas para reconocer que es eso sólo un estado mental, que mucho tiene que ver con la trascendencia del tiempo, y que la muerte puede aparecer en cualquier momento, sin discriminar raza, color o antigüedad en la vida que les ha tocado elegir con un compañero afortunado, por lo que en occidente se llama beneficiado de un estado del bienestar, procurando y rogando que no llegue rápido un luto inesperado que empañe nuevamente de lodo el camino que empezó a recorrerse ya calzado, aunque sin suelas ni siquiera de esparto.

Normalmente se puede entender la acción de asalto y derribo de esa gran mezcolanza que integra la gran esperanza blanca, como un ejemplo de egoísmo u oportunidad que la necesidad exige y obliga palpar sin encomendarse a la rutina hipócrita de creer que el aspirante a conseguir más de lo que se tiene, que es poco o nada, algo conseguirá en su destreza cuando no se tiene apenas lo exiguo para perder, obteniendo en ese instante el derecho ajeno y justo de reclamar, opinar y criticar con el tintero que mancha el crédito que en lo personal se le ha podido dar a ese “sujeto”, escondido en lo absurdo de lo esperpéntico de no reconocerse él, como un integrante más de ese objetivo mismo de la diana, al que seguro aunque llegue al centro de la misma nunca acertará.

Se diría qué cómo en toda desdicha consagrada a la involución que tienen los protagonistas de esta alusión social, el sonreír de soslayo y contagiar la animosidad entre los demás participantes involucrados en la historia demacrada de esa realidad bastarda, dará la opción de silenciar cualquier otro comentario : Los aspirantes a progresar tienen todo el derecho del mundo a paliar su aciaga vida, a mejorarla y si aportan cariño, afecto, amor y nada que ver con la autocompasión muchísimo mejor, incluso menos censurable el acto de prodigarse con menos respeto y de la misma forma que una modelo por definir a una bella mujer, que acepta la petición y condición de ser la compañera de un adinerado jugador de fútbol, más dedicado a patear el diccionario, soltar chorradas a modo de perlas cultivadas y carecer de reflexión, para terminar amenazando a la incauta con una mano mientras que con el pie meter un gol, nos conduce al propio paroxismo del vago pensamiento. Sólo es un ejemplo para advertir que en eso de conquistar puede ser una mera especulación, cuando muchas veces quien habla en exceso y repudia, debería recordar su historia por escalar cimas más altas y cargar con abuelos y rodearse de hijos para encadenar al condenado de por vida, ese que mira a modo de roto retrovisor a quien le observa, como la poseedora de una llave que lo liberará como una alternativa de recambio, con miradas ciegas y boquita de piñón. Lo incierto de estos episodios, que muchos se suceden desde una isla tentadora a la costa o cima montañosa admirando cualquier puesta de sol, es que muchas veces todo queda en un sueño.. mientras Pepe Pérez va colocando la sombrilla en una playa abarrotada, recordando lo acontecido en esta narración, como una película que un día quiso vivir en primera persona. Así de simple, así de sencillo.
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