
No existe equilibrio en la Justicia, si no se paga con idéntico valor de la pena y como justo pago por el daño causado.
No hay derechos humanos que valgan como defensa para evitar la cadena perpetua o la exigencia de una útima medida coercitiva, cuando se vulneran los que protegen la vida que violentamente se arrebata. No es un pensamiento reaccionario, más si un estimulante para impedir que de una vez por todas no se repitan episodios lacerantes y no le sirvan de excusa a quienes causan la peor de las lesiones.
Un tal Montoya, asqueroso de profesión, pide perdón a la familia por violar y asesinar a Laura por pura atracción y antojo, días después de un permiso penitenciario por cumplir condena por un crimen violento de una anciana de 81 años. El presunto sospechoso, que no lo es, repleto de un sucio y copioso historial de denuncias como maltratador y delincuente, pues ha admitido su despreciable fechoría, disfrutaba de la libertad condicionada de la muerte caprichosa, sin justicia que ahorre lagrimas, denegando la defensa de la víctima, que a buen seguro se pudrirá en una solitaria caja en un cementerio desierto, amortajada y tal vez maquillada para cubrir la felonía, mientras el autor disfrutará de una vida cómoda, arropado por los de su estirpe y calaña, rancho carcelario nada despreciable y la posibilidad de salir de su encierro una vez más si logra convencer al sensible psicólogo de turno, recién licenciado y crédulo, que el reo arrepentido puede reinsentarse en una sociedad ciega, subrogada a compadecer y estéril en su proceder, logrando volver a pisar la calle, quizás para cometer otro “impune” delito”.. para que todo vuelva a empezar a concienciarse de lo fácil que es matar y salir de entre rejas para nuevamente “escaquearse” como un astuto “villano” en periódicos y telediarios.
¡ Libre !.¡ En qué país vivimos !. Prisión permanente revisable.. ¡ qué falacia ! Tan recurrente para sosegar con “desaprensiva” tolerancia las mentes peligrosas, y la incompetencia sucinta, estrecha de centro, izquierda o de derechas, de quienes ejercen la Ley por temor a excederse en sus atribuciones y protegerse con la toga negra que escuda al tutor de una sociedad desprotegida.
¡ Libre !, cuando hay que ser hipócritas para no admitir que la mayoría desearíamos la instauración del garrote vil, cuando lo preferible sería la tortura del miedo perpetrado sin daño, salvo la hora amenazadora de aplicar la guillotina y segar la cabeza contenedora de una mente teñida del incalificable color salvaje, rencorosa y putrefacta.
No hay nada más difícil que vivir sin el ser querido, esperando que no lleguen los santos ni los cumpleaños tan pronto en el calendario para recordar con un nudo en la garganta, el mal presagio de no soportar cada año que pasa una pena más sin borrar un hecho luctuoso, la sensación de vivir sin él, sin ella, sin ofrecer ni poder recibir la ternura que esperamos sentir por la cercanía que un maldito bastardo ha arrebatado, y que ahora se le ocurre, por sugerencia de un abogado sin escrúpulos, pedir un falso perdón con una sonrisa en los labios, que no deberían volver a brillar ni exclamar nada más con altanería por haberlos sellado para siempre con un último y certero “sopapo”.
La absolución del culpable es la condena negada del juez que la imparte
Malditos sean esos ejecutores del miserable culto del destino ajeno, y quienes les libran de pagar con ojo por ojo, diente por diente, pues se hacen colaboradores necesarios de su misma cobardia y una terrible duda sobre una mascarada y falta de presunción a la propia decisión, desbaratada por un exceso de arrogancia y llamativa sensatez que choca con la otra voluntad popular de hacer pagar con creces la factura que representa finiquitar anticipadamente la deuda que todos tenemos con la vida.
Nada más. Ojalá la cordura, y el derecho a la venganza de los hechos consumados y probados se convierta en un capítulo de una constitución honorable y responsable con los perjudicados, dejándonos así de tanta palabrería política e inútil, de tanta injerencia compasiva en la vida de quienes quizás lo han perdido todo y nunca lo recuperarán, desapareciendo un poco con soplos de si mismos segundo a segundo, cada vez que se repitan casos similares y sentirse impotentes por no tener a nadie que aplique el mismo tormento con el que los damnificados sufren de por vida, pues existen dos muertes, la que extingue por la violencia y la que te va consumiendo poco a poco, que no es baladí ni se merece olvido alguno por parte de quienes imparten la “ciega” y muy hábil Justicia que no es igual para todos.
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