
“Escoge un trabajo que te guste, y nunca tendrás que trabajar un sólo día de tu vida”. ( Confucio )
Si tuviésemos que definir el comportamiento profesional del hoy invitado a aparecer en “solitarios invisibles“, sin cortapisa recurriremos a la frase que abre este reconocimiento escrito sobre la trayectoria emprendedora que emana del trabajo realizado por MANUEL GALLEGO GONZÁLEZ.
Es conocido entre amigos y solícitos a requerir de su colaboración con la abreviación gentilicia de Manu, madrileño nacido en El Viso, a la que siempre se antepone el crédito de una opinión generalizada entre todos quienes le conocen como un ejemplo de cordial entrega a todo lo que se le encomienda, sin restar un ápice de restar amistad y el cumplimiento de lo que acuerda con terceros, demostrando con soltura su imperturbable dinámica, y evolutiva dedicación expresa a un negocio funcionando o al diseño y proyecto de otro similar con otros rasgos y rango, concretamente en el sector de la hostelería, en el que sus veinticuatro años de experiencia le permiten demostrar un conocimiento pleno de los vericuetos y problemáticas que entrañan negocios con riesgo asumidos de antemano.
Manuel Gallego González inició su andadura y no en los ruedos de sangre y arena, ya que desde muy joven iba para torero por recomendación de su padre, evitando lo que su madre llamaba “ la peligrosidad de un desatino”, exigiéndole la obligación de seguir estudiando hasta segundo de derecho, sin acabar la carrera porque a él lo que en verdad le llamaba era el complicado mundo que se dedicaba a dar de comer al hambriento y sed al sediento, haciéndole emprender un camino sin retorno, agudizando su ingenio para conocer los entresijos de las cocinas y salas de la restauración en cuanto tiene ocasión, tanto popular como selectiva, lo que le permite diseccionar el talante y el talento de quienes se responsabilizan de dichas tareas inmersas en dar un buen yantar y escanciar un buen vino, sin pestañear con el servicio esmerado que se espera.
Manuel Gallego González ha desempeñado todas las funciones, por así quererlo él, desde la limpieza a fondo de fogones hasta la imagen y necesidad de asepsia que debe darse a “toilets” en todo momento, pasando por el rincón silencioso del lavaplatos, la ruidosa cacerolada, sartén y parrilla a fuego rápido o lento, la salida de platos sin permitir que se enfríen por la tardanza en recogerlos, la educación y el protocolo que se debe dar en la mesa, y así un “correvedile” de interminables tareas aplicadas a que el comensal se sienta satisfecho con la idea de volver a recibir el mejor trato en cualquier ágape familiar, celebración multitudinaria o privado momento, en donde la discreción debe convertirse en el sabroso entremés que exigen notables personalidades y políticos de indudable prestigio.
Manu es hijo de Manuel Gallego Morell, catedrático de la Uned, escritor, periodista, marchante de buena pintura, poeta y experto en tauromaquia, y nieto del Barón de San Calixto, Don Antonio Gallego Burin, alcalde de Granada en dos etapas de la transición española muy diferentes, llamado también el “alcalde del siglo” por dotar de la ciudad de unas infraestructuras de saneamiento ejemplares, especialmente las relacionadas con la protección arquitectónica del centro, la Alhambra y el Generalife, además del Palacio de Carlos V, falleciendo a los 65 años, de los que buena parte dedicó a la Dirección General de Bellas Artes y tutor del rey Juan Carlos I, particularidades que hacen que Manu adquiera el privilegio de adquirir una educación natural y sin esfuerzos en el aprendizaje dado su cociente intelectual, probablemente debido a la génetica y a los hábitos adquiridos por indicación materna para responder siempre con la personalidad manifiesta que le confieren tales ventajas, para adentrarse en la vida sin temores ni recomendaciones, entablar buenas amistades, y un carisma sin fisuras que nunca desmerecerá la confianza de quienes le tratan.
Mientras va conociendo los epicentros, en ocasiones insólitos del negocio de la restauración, viaja por puro placer y deseos de ensanchar sus conocimientos, llegando a Tokio en donde desarrolla una faceta de modelo, a México, en donde se agarra a la cultura local enfocada al turismo para aprender más, Panamá en la que se dedica a observar los maridajes entre los productos locales e importados, llegando a Paraguay, país en que hace escala por seis meses y madura su formación recogiendo el fruto de la fusión entre sabores, redundando en el acopio de su sapiencia y plena dedicación complementaria, como es la dedicada a salvar negocios o ponerlos al día, dado que en el transcurso de su periplo han sido noventa y cinco los restaurantes que han pasado por su supervisión, logrando algunos una calificación máxima y sobresalientes opiniones emitidas en las redes sociales, y los menos un hundimiento rápido, por no seguir las indicaciones que tras su labor y cumplida marcha han sido transmitidas a los interesados, a través de informes de comportamiento detallado en donde los “roles” directos de la propiedad no han estado a la altura de las nuevas circunstancias, no ya de los clientes, sino de la presunción de los máximos interesados por incumplir con una actuación distinta a la que se pretendió orientar como remedio imprescindible, que no infalible, sin un principio de consulta tras el paso de Manuel Gallego, quien hubiese podido recuperar el marchamo del prestigio siguiendo unas normas de orientación básicas.
En el 2015 Manu es requerido por el reconocido Restaurante Saga en Santiago de Los Caballeros (República Dominicana) a donde se traslada y ejerce la función de Director Ejecutivo, cumpliendo a la perfección con una línea de expansión en todas las áreas, reafirmando una vez en su papel de asesor y recuperador de negocios en crisis o con evidentes signos de falta de promoción para relanzamientos calculados, en donde el éxito va precedido de una dedicación plena por los autores del proyecto, en los que deben implicarse como punto inflexible de apoyo, sin esperar que un destello mágico aparezca de improviso y corrija los errores que se han amasado durante mucho tiempo sin innovar un mínimo.
Posteriormente, y una vez satisfecha la obligación contractual anterior, hace sus maletas y se traslada a Bávaro, concretamente a la zona de Punta Cana, en la que ejerce actualmente su condición de Director Corporativo del Grupo Noah, desempeñando un minucioso estudio, conciso, útil y logístico, a fin de corresponder al mantenimiento y alzamiento de una imagen valorada para el aprovechamiento de nuevos nichos de mercado en una zona en la que se vislumbra una saturación de la que es preciso independizarse, dando paso a la exigencia de una personalización dimensionada a la calidad y el servicio crucial en la selectividad y especialidad de una carta, el lugar y el entorno.
Manuel Gallego González no es un profeta, ni un milagrero al que pedirle imposibles, máxime cuando las mentalidades y los hechos empíricos de no renegar de los defectos por estar abiertos a reproducirse, se convierten en obstáculos para el progreso, lo que hace descartar las teorías cuando no se pueden poner en práctica.
Sus condicionantes, la racionalidad de Manu como fuente que comparte la inspiración con hechos, estimulan la coherencia de aprendizaje de quienes se rodea para crear equipos de trabajo que darán lo mejor de si mismos si se sienten recompensados con el idéntico respeto que se exige, eliminando las manzanas podridas del cesto y saneando los procedimientos que han podido confundirse sin atender a otras premisas, lo que hace que su predisposición se condicione a la libertad de movimientos, que van desde la apertura al cierre del establecimiento con la llave que atesora y guarda el orgullo de facturar rentabilidades con el deber cumplido por todos quienes concurren en el proceso.
Finalmente añadir que Manu como buen corredor que demuestra ser de una carrera sin meta fija, entiende el significado del aderezo, quizá al venirle de tradición y antaño, por lo que le encanta la pintura, la escultura en madera, la estética y la decoración que implementa en la operación de maquillaje que exigen los entornos comerciales en los que deben encontrarse agradablemente los visitantes de siempre y los extraños que por vez primera acuden a una oferta gastronómica distinta y alternativa, por lo que hasta el más sencillo e inadvertido detalle, cómo es seleccionar la vajilla y cubertería de un restaurante es una muestra de sensibilidad cuya óptica debe reflejarse en el resto de utensilios, así como el saber y buen hacer, y ante todo el sentido agradecido por corresponder a quien siembra con su asistencia la prosperidad de una inversión costosa, que en ocasiones se duerme entre los efímeros laureles si no se mantiene en condiciones.
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