
Séneca ( un insigne hombre libre pensador, depresivo suicida que siempre aplazaba el funesto desenlace hasta su trágico e irremediable final, cortándose las venas antes de soportar otro dolor que causa la tortura inducida por el emperador del mal )

Sobre la EUTANASIA, en el griego antiguo resultaba entender la decisión como la muerte dulce, la aceleración al final para evitar que la guadaña practique cortes silenciosos, breves y profundos en lo que más puede dolernos, la impotencia que sufre el alma, ese ferviente almacén que retiene los recuerdos y los pensamientos, dejándonos incapacitados para quitarnos nuestra vida : nuestra vida, la de nadie más, sin otra ilusión que no sea la de desaparecer de una vivencia injusta, imprecisa, llena de interrogantes que no pueden prolongarse más allá de la realidad.

Ya no servirán excusas para seguir caldeando el cultivo del perdón de una iglesia defenestrada en la doble moralina y en sus continuos errores de inmoralidad acatada y castigada por un rosario de insensatez, que mientras pide consenso, paliativos y una eterna espera de dolor de la víctima que ya lo es, practica tras el confesionario otros pecados antinatura que merecen otra cura más celestial, pero no ese estúpido perdón que intentan aplicar a quienes no deberían dirigirse al problema ni por casualidad.

Ya no servirán tantos postulados políticos, arrancados de la noticia de un hombre que se ha desprendido del mal que causaba el infortunio de su mujer por estar 30 años con una esclerosis múltiple, pidiéndole ella morir cuanto antes para no sufrir. Cada persona, cada pareja que se ayuda, cada ser humano tiene el derecho de extinguirse voluntariamente con la ayuda estimada de un ser querido, lejos de una matanza, de una guerra, de una epidemia, de una invalidez que no le dejará inmune a su propia enfermedad, la de depender de los demás. Y si el testamento vital contribuye administrativamente a obtener el salvaconducto, poco hay que argumentar para no derrochar más oportunismo de quienes dictan leyes y se protegen en su abanderada comprensión.

Somos capaces de indignarnos por cualquier hecho que afecta a nuestro recorrido por este mundo, y no lo somos para exigir morir dignamente cuando nos capacitamos para ponerle fin a nuestra existencia, lo repito una vez más, somos nuestros propietarios de nuestra capacidad intelectual para decidir borrarnos del mapa humano cuando queramos o ya no tengamos recursos para aguantar esa hoz invisible que empieza por cercenar nuestra capacidad de pensar, que ya todo nos puede dar igual si hemos sido capaces de ponerle fin a nuestro malestar, que no siempre será igual al pesar de los demás.
La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo – Isabel Allende
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