
Una historia que irrumpe y ha estado a punto de no reproducirse en los papeles virtuales de éste blog, que trata ante todo de hacerles presentir que existen otros mundos y que las casualidades acercan a los desconocidos, para mal o bien, como en esta ocasión.
El mundo es un pañuelo, o todo es fruto de la casualidad de quienes tiran de los hilillos, cuando a él, quien después narrará en primera persona, a lo mejor le estaban siguiendo, observando sus movimientos o sencillamente, por creer a pies juntillas que el destino lo es todo, especialmente cuando adopta la forma de ditirambos líricos destemplados que surgen de forma anacrónica en situaciones rocambolescas a las que hay que darles el crédito de lo anteriormente aludido, es decir, el sortilegio de enlazar con la realidad el azar empírico del momento, control del tiempo por encargo en base a órdenes y desconfianzas, modos o sospechas. Todo sigue siendo raro y desconcertante. Se explica a continuación.
Aprovechando que deseaba ampliar la información sobre la fusión de Haití con República Dominicana, lo que ha obligado a numerosos desmentidos pues nada fácil es anunciarlo para unos y para otros, decidó entrevistarme con el consúl de Haití de la zona de Higuey, población “populosa”, valga la redundancia, distante a una hora de Bávaro y en donde se ubica la célebre básilica cristiana de La Altagracia, decidiendo a la vez acompañar a una joven residente en El Hoyo de Friusa, que tiene la imperiosa necesidad de regularizar su anómala situación documental en territorio dominicano.
El Consulado de Haití en Higuey tiene medias de seguridad basadas en su entregado personal que en cada puerta de acceso, tanto interior como exterior, están seriamente distribuidos en las áreas vistiendo camisa roja y pantalón negro, algunos esgrimiendo “garrotes” y móviles en sus manos. Los ciudadanos silenciosamente pasan a una sala en la que son recepcionados por varios administrativos, dependiendo de la naturaleza del servicio que vayan a solicitar, que siempre será de pago y en dólares americanos.
El haitiano se caracteriza por una piel oscura más profunda, su mirada alejada de representar una emoción y muy altiva cuando ejerce una función de responsabilidad. Utiliza la jerga patuà coloquialmente, compartiendo el lenguaje con el criollo, y un exquisito francés para realzarse. Todo en el ambiente es mesurado, las sonrisas no llegan a ser en ningún caso estridentes, reinando un murmullo avispado pero sin una palabra altisonante en una oficina en la que pueden declararte vivo o inerte para siempre.
Me acercó a la guapa haitiana que ejerce de anfitriona para solicitarle hablar con el cónsul, mientras que mi nerviosa amiga, a la que le tiemblan las manos, guarda vez en una concurrida estancia con asientos a modo de sala de espera a fin de iniciar unos trámites, por así decirlo complicados, ya que carece de cualquier documento que le respalde para acreditar su personalidad, edad y lugar de nacimiento.
La espera en ambos casos parece que va a resultar larga, tediosa y calurosa, dado que se carece de abanicos en el techo o aire acondicionado, pero no sucede lo que pudiera imaginarse, ya que de repente, aparece un oficial consular que acercándose pausadamente y con mucha educación me dice lamentar que no puedo ser recibido, para seguidamente dirigirse a mi acompañante que se adelante de los numerosos que estaban esperando ser atendidos primero, instándola a dirigirse a solicitar su petición a un despacho. No insisto ante la negativa de conversar tal era mi propósito con el máximo dirigente haitiano del lugar, por lo que la compaño siempre con el emisario a mi lado. Una vez sentados y sin requerirle pruebas de autenticidad, allí mismo le cumplimentan un pasaporte, no sin antes pasar por un fotógrafo, medición de altura y peso, para después sellar los impresos en papel estampillado encabezado por el clásico “liberté, ègalite, fraternité”. Si hubiese manifestado llamarse Marilyn Monroe, nacida el 1 de Junio de 1926 la hubiesen inscrito así. Todo fueron facilidades.
Mientras esperamos el curso del ambigüo procedimiento, observo por la ventana como llega un vehículo todo terreno, aquí llamado “jipeta”, de donde bajan cuatro civiles elegantemente vestidos y lustrosos zapatos negros, sin duda haitianos, que al apearse hacen todos el tradicional gesto de escupir al suelo. Uno de los recien llegados al jardín parqueo del consulado me resulta familiar, aunque no lo suficiente para escudriñarme la mente o intranquilizarme más. Pasan 20 minutos, y estando sentados y relajados, sin saber todavía a que se debe tal preferencia, se abre la puerta y aparece una señorita que me pide le acompañe al pasillo en donde me espera un viejo conocido, traje, corbata y el escudo del gobierno haitiano en el ojal de la solapa, que se me queda mirando fijamente, presintiendo no sin cierta cautela, que soy único blanco en muchas manzanas a la redonda, y sin mediar palabra ante la extrañeza del único testigo europeo me espeta en español con un acento afrancesado, un buenos días y el siguiente comentario: Todo bien, todo en regla, nuestra autoridades consulares no van a hablar contigo, y creemos que con lo que estamos haciendo podemos decir que no hay entre nosotros asuntos pendientes.. ¿OK? (sic). Me da la mano muy prieta y sale por la misma puerta en la que entró con un vaso de plástico con agua que en ningún momento sorbió ni una gota, desapareciendo hasta la puerta de entrada principal en donde es esperado por los otros tres compañeros o subalternos, que tras un breve comentario salen todos los por la verja dirigiéndose a cualquier lugar en donde mi mirada no va a rastrear su dirección bajo ningún concepto, aquí, ahora ni nunca.
Las preguntas para cumplimentar la solicitud de pasaporte, hacen que esperen entre comentarios triviales en patuá, hasta volver yo a ocupar la silla junto a mi amiga y frente a otra funcionaria que ha tomado relevo, en donde muy amablemente me pide mi pasaporte que no llevo conmigo nunca, por lo que le extiendo mi documento nacional de identidad, para seguidamente extender un certificado de entrega del documento a los 6 meses de haberlo formalmente solicitado, lo que quiere decirse que el 7 de Diciembre, por arte de magía mi amiga, compañera de escarceos culturales y averiguaciones anteriores, hoy llamemóslas injustificadas, además de confidente de mis noches aventuradas entre el desconocido ron que todavía no me embriaga, se convertirá en un ser humano documentado, registrado con nombre y único apellido, además de un largo número crifrado, de uno de los países más pobres del Caribe, del mundo civilizado.. algo que ya empiezo a poner en duda, cuando en las últimas estadísticas se advierten que son los Estados Unidos de Norteamérica los que más deuda tienen en el mundo.
Creo que ha pasado un capítulo más de éste rosario de acontecimientos que creo corresponden a uno de los últimos. Pensaba, subido en un “motoconcho” (motocicleta de 125 cc), con el conductor portando un casco de plástico amarillo, de los que normalmente usan en las obras de la construcción, ella y yo sin ninguna otra protección en la cabeza, y ya de vuelta a la salida de “guaguas” (buses) de Huguey hacía Verón y Punta Cana, seguía pensando que en el fondo nada sucede por casualidad, cuando los actores y las circunstancias se concentran en los escenarios que montamos o buscamos, probablemente en uno de los últimos que estamos viviendo dentro de la eclosión que representan las pesadillas y los sueños. Todo es anormal y muy sencillo de entender cuando se triangulan y se dimensionan las actuaciones pasadas, nunca futuras que ya forman parte de lo inconcluso, inconcreto e ignoto.
Entiendo que poco queda que contar sobre esta historia tan pintoresca, que aunque parezca de ficción nunca fue más real, ya que la tengo en la reciente memoria y en el desconcierto de comprender que a los demás, a los que subestimamos en un momento determinado por su naturaleza local y provinciana, también demuestran saber hacer su trabajo y aprenden a negociar tratados de obligado cumplimiento y respeto, aunque en este caso se desconozca.. o no que la calma, la tranquilidad ha llegado sin esperarla y como un bálsamo, y ya sin temor a seguir echando por ahí vistazos que podrían hacer que la curiosidad pudiese matar al gato.
No sé si delatando o redactando esta efémerides, puedo interrumpir una acción motivada en un acuerdo. Francamente a estas horas, cuando estoy dejando que los cables sueltos bailen como les plazca, la única preocupación que tengo es comprarme una “pasola”, manejarla con un casco apropiado y no morir en el intento, que ya es mucho en esta isla dominicana, en la que hoy ha “llovido” sin llegar el agua al suelo, entre tormentas sudorosas, entremezcladas entre negros nubarrones y nubes blancas, que han estado a punto de desmoronarse por no tener refugio alguno, ni tan solo un paragüas.
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