Una nota de nostalgia para no mirar todo lo que sucede con algo de ira

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Para los que pueden recordar que existe todavía esa palabra

La soledad del corredor de fondo es una película británica del año 1962, dirigida por Tony Richardson e interpretada por Tom Courtenay, a la que algunos le tenemos una especial predilección y cariño, respeto e icono de lo que fueron por entonces y pudieron ser nuestras vidas, en una época en la que se maduraba antes de lo que actualmente hacen nuestros adolescentes, reemplazando el “gua” de las canicas multicolores por el billete de tranvía y metro, pues se empezaba a trabajar a los 13 y se podía seguir estudiando por las noches, si eso de levantarse a las 6 de la mañana para acarrear bultos en una empresa de transportes no representaba el primer fracaso o quebranto de tu nueva jornada con algo más de voluntad.

El film presenta a un joven de clase obrera que vive en unos suburbios de Nottingham, y un día comete un robo en una panadería, lo pillan y es enviado a un reformatorio. Una vez en la institución y con muchos problemas de adaptación decide probar suerte en el deporte, lanzándose como corredor de fondo, adquiriendo notoriedad, recelos y admiraciones. Durante sus duros entrenamientos piensa, reflexiona sobre su vida anterior y empieza a comprender que se halla en una situación de privilegio gracias a su constancia.

Para la generación que representa mi edad, el tiempo tenía significado y se aprovechaba de forma distinta y las noches eran de blanco satén como reza la canción de los Moody Blues, de ilusiones que deberían lograrse alcanzar por muy altas quimeras y almenas por las que deberíamos trepar. Era fácil enamorarse para buscar que el recorrido de ese largo camino no fuese en una constante soledad. Todos los jóvenes necesitábamos confiar en los amigos con los que nos hermanamos de verdad después de una riña, besar a las chicas en sus mejillas, acercarse a su cuerpo lentamente y con prudencia y prometerlas la luna, el sol y las estrellas. Carecíamos de egoísmo y maldad, eramos demasiado tiernos incluso los que intentaban amedrantarte con una navaja oxidada sacada de los celuloides del West Side Story. Eran los felices 60, los del trabajo de nóminas falseadas de cuatro perras, los de estudiar sin copiar y pedir una chuleta escrita con tinta invisible para no desentonar y ser señalado como el más listo de la clase. Eran noches de insomnio por asistir a un concierto, por tomarse un cuba libre mientras se lucía un pantalón campana y una camisa a rayas, eran momentos de no dormirse salvo en la playa en una verbena de San Juan.. o cualquier otra celebración que llegaba como una nueva experiencia con el sonido en 1961 de The Mamas & the Papas, de los Beach Boys que nos recomendaban tumbarnos al sol, grupos de una alegría que nunca se acababa, que no entendíamos ni pizca lo que cantaban y nos hacían cambiar el paso y ser contestarios para decirles a nuestras madres en diferido y en bajito, que nosotros también teníamos opinión. Y así seguía todo, en los que coloreamos los años, pasando de la televisión en blanco y negro al color, sin olvidarnos de los tebeos de Roberto Alcalzar y Pedrín, las Hazañas Bélicas y Diego Vaslor que nos convertían en héroes de papel por un buen rato.

Y después asesinaron a Kennedy el 22 de noviembre de 1963, y seis años después llegó el hombre al espacio dejando una “huella” ficticia o imborrable en la luna para convertir la proeza en el principio de una carrera estelar para la “conquistadora humanidad”. Y nos atemorizamos con las bombas de Eta, las ráfagas de el Grapo y la elevación a las alturas diez años después (1973) de Carrero Blanco, no sin antes ilusionarnos en 1968 con un mayo francés de algaradas y picas  en las que alzaban las razones y las firmezas de las palabras reivindicativas, que se canalizaban repetitivas por unas jóvenes voces ilustradas que utilizaban una desconocida megafonía.

Y siempre recordaremos a todos ellos, desde Beatles nacidos en 1957 a los Rolling Stones que causaron furor en 1962. Mientras, fueron pasando los años, asumimos responsabilidades para seguir las canciones traducidas al español, con un rictus provocador, sin dejar de atender las letras del 600, abonando con esfuerzo una entrada y señal por un piso que nunca dejaríamos de pagar, dando paso el tiempo en ese largo recorrido por la soledad del corredor de fondo, en el que ya vemos la luz que nos dice a unos antes que a otros después, que todo tiene su final. Son nostalgias, que se duermen sin un lecho fijo cuando despierto estás, lo cuál ya viene bien cuando echas la vista atrás y ves la senda que todavía debes recorrer, mientras la dichosa soledad se abarrota y se aferra de secuencias y vivencias, que te obligan a seguir deambulando sin pausa, ya lentamente, por ese largo sendero en el que no te puedes detener. Y no nos podemos olvidar de Vietnam, aunque esa es otra historia que contar.


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