
Un cuento de ficción para leer en una borrascosa noche, que dará un portazo a la anterior, esperando el día que anunciará la libertad y que hará brillar una renovada ilusión.
Sin duda me embarga una depresión que cabalga desbocada hasta no sé que deriva tomar, sin entenderla como respuesta a una ignota amenaza. Tengo que dar gracias a que esta ocupación de escribir cuentos, aislado en esta ciudad de ocasión oportunista, alocada, hipócrita por aparentar lo que no se tiene y desea, y menesterosa a la vez, habitada por todas las nacionalidades conocidas que han usurpado el poder autóctono, todavía no me haya hecho perder los cuatro tornillos que débilmente sujetan mi cabeza. Sinceramente creo que estoy algo ido, ebrio, pensativo y pasado de vueltas. Y ya me empiezan a pestañear los deseos de irme a cualquier otra parte, siempre que comunique en donde estaré y el tiempo que perduraré en el extranjero, tanto a la ida como a la vuelta. Grotesca situación, que si no la cumplo, me “castigarán” a remar en las galeras de un navío cuyos capitanes procurarán hacerme saber que de puerto no sales, y menos con un salvavidas de cartón conocido por pasaporte, si previamente no cumples con los requisitos de comportamiento, o lo que es lo mismo, impedirte la huída y recibir la visita de los “mamelucos” en mi morada, para controlar si no tengo la idea convulsa de abandonar el pesebre de mis infortunios.
No quiero terminar como Francisco, víctima de un cáncer que lo acaba, reduciendo poco a poco su vida de armería y experiencia, si todavía a estas alturas no ha terminado con él. No quiero terminar como Paco, en paradero desconocido, quizás con una bala de 1,30 € alojada en su febril cabeza en aras de perseguir a cualquier mujer que no haya sido la suya. No quiero recordar a hombres, como el capitán “K¨ que para infiltrarse, chivatear y controlar lo que hacen los demás, es capaz de vender a su propia madre y meterla en un submarino de papel, y así lograr definitiva y oficialmente dirigir una patrullera de la agencia tributaria de por vida. No quiero terminar como Fran, padeciendo el alcoholismo de una africana, ex-guerrillera, de facciones amables pero cruel y despiadada, que le obliga a que acepte un destino en uno de los estercoleros del tercer mundo, con el único fin de alejarse de su propio destino.
No quiero terminar como lo han hecho cuatro hombres más que conozco ya retirados a sus cuarteles de invierno, y que por razones de seguridad y sumo respeto no debo citarlos en este epílogo de reflexiones, pues las confesiones se pagan con el epitafio de la inconfesable traición, especialmente a quien desde los Andes siempre que ha tenido ocasión ha estado a mi lado, como el hermano que no tuve, en éstos últimos tiempos en donde se debatía mi honorabilidad y quizás la suya también.
No quiero terminar como “Rudy”, que por saber y anunciar que sabía desde qué cable de acero se maniatan y manipulan voluntades, su nerviosismo le condujo a terminar en una cuneta, desangrado en un accidente de automóvil, o como su padre que murió de pena por no revelar a los cuatro vientos lo que nadie estaría dispuesto a creer, qué los políticos no mandan nada y sólo se les advierte cuando guiñan con desparpajo y un vulgar “postureo”, obedeciendo con sumisión las contradicciones, observando con sus ojos carroñeros, los movimientos del todopoderoso mensajero que tarde o temprano dará con él.
Y mucho menos deseo concluir mi existencia como “Cusco”, que después de haberle visitado por segunda vez en esa residencia aparentemente palaciega, le veo enfundado en sus habituales y desvencijadas zapatillas a cuadros, y que ni siquiera mira ya a otro lado, sin reconocer a sus propios hijos, a los que con su personalidad intacta evitó decirles lo que no nunca supieron de su padre, o preguntarles lo que podrían sospechar, como terminan haciéndolo todos. Todo un comandante de vuelo, que siempre supo esperar más allá de una hora zulu para no abandonar a sus entonces ignorados amigos. Un caballero, valiente, arriesgado y otrora con creencias que le motivaban a dar un servicio a un país que nada le supo reconocer, como ha sucedido a muchos otros, que podrían ser demasiados.
Me han confirmado o condenado, por mi supuesta rebeldía, necedad, nunca cobardia mi falta de colaboración, y me importa una mierda la conclusión a la que hayan podido llegar, que me obliga someterme a un juicio interno sellado (sic), a espuertas de mi jubilación, que ha acumulado expedientes de situaciones supuestamente extremas por libre o en compañía de otros, acciones extrañas y de las que juro no haber participado nunca sin un código de honor. Los chivos expiatorios pululan, vegetan o fallecen y yo debo ser uno de ellos. Me dicen qué para que prosperé mi defensa debo someterme a un exámen psicológico, presentarme en la audiencia nacional tantas veces se me requiera, previa confirmación discreta y que atenderán en privado, dicho de forma subliminal por expresa recomendación de mi admirado “Alex”, pistón e incansable inquisidor, precursor de la terrible suposición de que poco todavía se fían de un durmiente espectador, desarmado de razones, que nada ha objetado durante tiempo, que permaneció en cautividad acordada en su casa durante casi diez años, mordiéndose las uñas y contemplando eternos programas de televisión, soportando pesadillas que nunca obtuvieron descanso ni remisión. Y es qué existe otro tipo de pena que se contempla amorfa, sin sustancia y pasa de mano en mano, de un infantil vistazo a la oportunidad de encontrar algo que pueda incriminarme, a mi y a otros, seguro, en el panorama de la ficción de un negocio sin rendimientos claros, para regocijo y recompensa del funcionario que lo esté manipulando y retrasando como si se tratase de un juego de rol. Ésto es como un juego de azar, el que no pierde, es el que observa, otea el horizonte y comprueba que “perro” no consigue salir del laberinto que conduce al definitivo perdón.
Presiento que una gota, al más puro estilo malayo, hace que a través de los años, el temor a lo desconocido se cebe en mi cabeza, matándome la capacidad de orientarme poco a poco, cuál cucaracha en la que en algún momento se la aplasta. He llegado a pensar que hay tan poco trabajo en la “casa inteligente”, salvo los que se dedican a perseguir la corrupción y prenden llamas fuera de nuestras fronteras, que se intercambian las viejas carpetas como si fuesen “trileros” con agujeros en sus cubiletes. Aquí está, ahora no está, ¿dónde estará?. Vamos a por éste cabeza de turco al que todavía podemos “estrujar”, pues bueno es para analizar con ese característico espejo de lo que queremos ver, para tener una excelente imagen de la manipulación.
No nos reconocen, ni el país que contribuyó a edificar mi abuelo, un declarado y acérrimo terrorista a distancia de un cuestionado movimiento, él qué acaparaba capazos enteros de dinero republicano en la guerra civíl a fin de, iluso él, tras la victoria democrática republicana, intercambiarlo por libras esterlinas, según contaba mi tía Ana, “anarquista” y con dos pistolas en el cinto que en su soledad me afilió y me supo convencer a una idea, a un distante postulado del que he salido mal parado. No han servido para nada los acuerdos de colaboración conjunta, ni éste prostituido estado de derecho alcanforado, que juega con los que perdimos una libertad, ahora tristemente controlada y falseada por un miedo inducido a perder todo, hacienda y prebendas conseguidas en la forma de economía oculta, sumergida y bien pagada, aunque eso sí, nos recompensaron, por traicionarnos a nosotros mismos, encadenando miserias encomendadas, salir del sueño si fuese necesario, y utilizarnos de vez en cuando, sin paga ya permutada y adelantada, según sus incuestionables cuentas, para cercenar y falsear las ¨purezas¨ de quiénes, en el otro lado y por sentimientos meramente espurios y ocultamente especulativos, por esos mismos que ostentan un poder indescriptible e increíble, que jamás llegaríamos a conocer.
Hemos sido títeres del sistema no me duele reconocerlo, que cada vez se diluye en mi comprensión me produce un seco vómito, que ahora somos prescindibles, al parecer para jugar al escondite conmigo o con otros, lo desconozco.. o no, dejándonos la opción de vivir en cualquier lugar donde no tengamos la tentación de hacer sombra bajo un caribeño cocotero o en el desierto del silencio del que nunca podría volver. Y todo hay que decirlo, nunca nos pidieron ubicar nuestro barbecho ni comprobantes de viaje, suponiendo que conocen las etiquetas y las actuaciones contrastadas en este capítulo vital… y final por mi parte, en el que se concluye que terminan graciosamente por fiarse, a no ser que con documentación en la mano tergiversada y maloliente se hayan aprovechado, como lo sé, de algunos, que no yo, les haya quedado el superávit de poseer hacienda y acomodada situación.
No soy un infiltrado, ni siquiera suplente de fortuna, y me mortifica y humilla que se utilice la palabra mercenario, simplemente una analista anónimo con capacidad de acción, que de vez en cuando he tenido que hacer daño, sumergiéndome en un mundo incompatible con mi pensamiento, aunque denuncio que escrúpulos sigo teniendo escasos, quizás muy pocos, pero sigo siendo un hombre de honor, valor y respeto.
En consecuencia, el lumpen atrae y uno termina creyendo que tiene autoridad “peliculera” y concesión extraoficial protegida para destruir voluntades. La juventud y la disciplina adquirida contrajo la aventura, el éxito, el egoísmo y el fracaso también. He ocasionado en mi palmarés, heridas profundas a quienes no conocía, y lo he hecho sin tener excusa, sin perder la calma, y obviando el costo, sin remordimiento, aunque parezca extraño, a excepción de no poder dormir tránquilo, soñando que los fantasmas algún día vendrían, al igual que yo hice, arrebatandóme la vida, o me pasarían otro tipo de factura psíquica que es peor.
Sigo siendo, o lo fui, uno de esos malos que inteligentemente articulan la confusión y la entablillan en forma de sabandija, adherida en determinados núcleos de decisión colateral, creando opiniones y falseando noticias, enmarañando o contribuyendo a hacerlo en ambientes propicios para los intereses piramidales de los que inteligentemente dominan al mismo poder y quienes jamás se dan a conocer. O él que simplemente certificó la presencia de ingenios peligrosos a los que un día se podrían destruir, incluso de un plumazo mediático repleto de munición.
En definitiva soy un ángel caído en desgracia, viejo e inútil, que ahora reclama serenidad y confianza, huyendo de todo lo que aparentemente puede confundirse como un carcamal, apartándome como puedo de estos lances en el que los paladines, que podrían ser admirados, fueron juguetes, ahora rotos y despreciados. Maldita sea la estampa de quienes se retiraron y enmudecieron, librándose de su error, consiguiendo poder moverme sin tener que estrechar una mano podrida inmersa en arenas movedizas, que me hunde al no saber que la impotencia es mala consejera para seguir pidiendo cordura, contagiado de añoranza para no renegar y apostillar que yo tengo sana la mía, aunque por diversas razones que ya he entendido, hoy antes de justificarme puedo admitir, que sigo teniendo las manos más limpias metidas en un bolsillo cerrado, y ningún dedo anclado en el gatillo del rencor.
No voy a fumarme nunca más un puro que sella un compromiso, ni voy a enfundarme en un hábito descolorido. Voy a intentar vivir tranquilo para poder contarles otros cuentos de hadas, pues otro como éste sería un relato escabroso y repetitivo, que tampoco ha pretendido llamar la atención y siempre sin ninguna intención, salvo la de distraer a nuestros solitarios y anónimos invisibles.
Ése mundo paralelo del que pocos tienen el coraje de hablar y que la mayoría de los mortales ni sospechan que existe.. Semper Fidelis