
Está ocurriendo que el desconcierto sobre lo que podemos intuir si pensamos u obramos bien o mal en lo que se supone un comportamiento cívico ejemplar, forma ya parte de una duda generalizada, fomentada por el caos social que cada día nos va atenazando en el pozo ciego de las contrariedades, aprisionándonos en las rarezas que poco entenderemos en un mar de confusiones y normas envejecidas que han quedado olvidadas pero no obsoletas, o en su defecto más punible, se han convertido en ejemplo unas necesarias más que crispadas sentencias, para hacer que los humanos sigamos haciendo lo que nos venga en gana pues poco castigo hay ante ejemplos probados que se someten a pulsar decisiones dudosas y poco comprometidas para reos con signos de machismo endurecido por ambientes consentidos y una cultura ancestral, sin reparar en las consecuencias mediáticas o en su defecto estar dispuestos a ser juzgados con dureza o tibieza, emitida por la debilidad de los hombres y mujeres que ejercen judicaturas, algunas poco garantistas y otras excesivamente blandas, por ello se instauró la intervención de los jurados hoy viajando a la desaparición, para equilibrio de las decisiones comprometidas e influenciadas, amén de contaminadas, aunque las mismas sean polémicas.
Y lo lamentable es comprobar que en muchos casos, la culpabilidad o inocencia no se refuerza con el consenso de aprobación de absolución o rechazo de un jurado popular.
Los que mueven los hilos invisibles de las legislaciones al más alto nivel, son los mismos que nos someten a un continuo desgaste mental, y están sencillamente ganando la partida de la prueba de resistencia que pueda soportar el pueblo ante los desajustes y la mala praxis de una judicatura que debe analizar a sus integrantes, quizás con el suero de la verdad, a tenor de sus deficientes sentencias y mal comparada con la que los maratonianos jueces de la Grecia y Roma antigua intentaban demostrar antes de emitir veredictos, que por mucho que nos pese, podrían llegar hoy a estimar a alcanzar una meta muy lejana, aunque sin saber las energías consumidas y lo más probable sin haber adivinado el motivo de lanzarnos a correr por sendas equivocadas, errores que ni siquiera venían descritos en el cuaderno de bitácora, que asumieron en su día los capitanes de la Justicia, por seguir navegando a merced de los vientos políticos, que andar por un camino de brasas alimentadas por el fuego del código penal actual, que empieza a adolecer de carencias adaptadas a tipologías de análisis supra actuales con respecto a detectar olores obsoletos sazonados con alcanfor, que despiden el tufillo del gran agápe que se están dando con carcoma incluida los gusanos reaccionarios que con predicamentos oscuros o nulamente interpretados, no reflejan sus reales intenciones para seguir impidiendo reformar la Justicia o la complejidad de nuestra actual Constitución.
Y es qué en realidad la Ley, todavía por actualizar y adaptar al siglo que vivimos, navega en una larga y peligrosa singladura hacia puertos recién inaugurados, repletos de almacenes que guardan y protejen semillas legales para sembrar paraisos de democracia y libertad, lo que ha hecho que las oposiciones y quienes intentan fomentar con derecho a endurecer las leyes, se conviertan en rídiculas charcas, llamadas calas profundas en donde fondear para seguir debatiendo la coherencia de los hechos y los delitos, o meditar y no ver nada, para no hacer nada más, para que en un estado de derecho todo siga igual, pues ello conllevaría volver a examinar a quienes tienen la llave de encerrarnos o de abrir las celdas para quienes no deberían salir jamás de las jaulas del mal que siempre han llevado en su podrido corazón.
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