Y no es una ruleta lo que gira, ni son los dados los que golpean el tapete en este juego al que han llamado vida.

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Y si únicamente fuésemos juguetes de los habitantes de ese gran poderoso imperio galáctico de las estrellas que alojan mundos dispersos en la infinidad y extremadamente inteligentes que han acordado unidos y entusiasmados, fabricarnos y dominarnos en la distancia más cercanas de sus mentes, utilizando para movernos a todos indiscriminadamente en una esfera iluminada, a veces oscura, otras radiante y otras muchas tormentosa, a la que han llamado Tierra, dejándonos campar muchas veces al albedrío de nuestra voluntad para discernir, opinar, tener miedo, guerrear, reír, llorar, soñar, comer, dormir, practicar sexo, cantar, bañarnos o ensuciarnos con nuestra propias defecaciones inesperadas y limpiarnos si somos capaces de hacerlo, construir, derruir, ser buenos, malos, viajar, hablar más de la cuenta, contar verdades y mentiras, incluso tener descendencia que después controlan con muertes naturales por un irremediable envejecimiento del producto mecánico llamado humano, también por siniestros accidentales y otras miserias epidémicas, además de dejarnos participar en otras escaladas de violencia que siempre anotarán en su cuaderno de bitácora como un experimento en el que probablemente apostarán por alzarse con el premio de elegir nuevos líderes con los que fomentar la esperanza de los humillados, los hambrientos, los desesperados o los simples negados a ser manipulados por una sensación extraña que perciben en un enorme recipiente sellado e inaccesible de muñecos y muñecas que suman más de 7.500 millones de participantes y a la que graciosamente la raza que para nosotros sería “alienígena”, pudiera ser la inventora a la que nos gustaría poner el apodo de Barbie, para por ende bautizar el cajón de sastre de Pandora como el ingenio caprichoso conocido como la casa de la señorita Pepis.

Y sin duda, también ellos, los falsos propietarios de este mundo embellecido, toda vez que vil y despreciable en muchas ocasiones, les han dejado la patente de que como ellos desde arriba o abajo, utilicen lo que conocemos como Monopoly.

Todo ésto es fruto de una imaginación que no cesa, cuando la realidad se apodera de un interminable sueño que duerme acompañado de la locura, que se percibe en lo que mañana llamaremos la enorme pecera como el cementerio inanimado de los que intentan ahogar sus penas al descubrir que son juguetes caducados, que se rompen y deben ser sustituidos por otros menos parecidos a ellos, los niños de las estrellas que no cesan de tirar de sus invisibles hilos haciéndonos muchas veces daño.


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